Rabindranath Tagore.
No me avergüences más con tus ojos, que no he venido a mendigar de ti. Sólo me paré un instante al final de tu patio, al otro lado de los rosales de tu jardín. ¡No me avergüences más con tus ojos!
No cojí una rosa, ni arranqué una fruta de tu jardín. Me eché, humilde, a la sombra del camino, que no se niega al caminante. Pero no toqué una rosa.
Mis pies estaban cansados y la lluvia me calaba. gemía el viento entre las ramas
dobladas del bambú y las nubes corrían por el cielo, como huyendo de una derrota… Mis pies estaban cansados.
No sé qué pensaste de mí, ni a quién esperabas a la puerta. El relámpago te deslumbraba los ojos vigilantes. ¿Cómo iba yo a saber que tú me veías allí en la oscuridad?
¡No sé qué pensabas de mí!
El día muere. Ha dejado un momento de llover. Me voy. Ahí te dejo la hierba en que me senté y la sombra del árbol último de tu jardín, que me amparó. Cierra tu puerta, que oscurece. Yo sigo mi camino… El día se ha muerto.